Feminista en falta: Elon Musk, ¿el pájaro se liberó o se ha vuelto jaula? - Infobae

2022-11-07 15:57:30 By : Mr. Gavin Song

Su tuit fijado es una encuesta de anteayer con casi 2,8 millones de votos: “¿Qué deben apoyar los anunciantes de la red, libertad de expresión o corrección política?”. Desde que el magnate tecnológico Elon Musk anunció el viernes último que “el pájaro fue liberado”, es decir, que finalmente había adquirido la red social Twitter en US$44.000 de dólares, el debate está más vigente que nunca, ¿vale más el derecho a expresarse libremente o la garantía de un ambiente libre de violencia y discursos de odio? ¿Se puede decir cualquier cosa? ¿Cuáles son los límites de la moderación de contenidos? Y en todo caso, ¿quién controla a los moderadores?

Es un dilema antiguo y central en las democracias modernas donde están en juego las libertades y la calidad del sistema. Twitter es una empresa, es cierto, y no tiene tantos usuarios como otras plataformas, pero es la red más influyente en la opinión pública mundial, un espacio de comunicación y conversación ciudadana y de activismo político y social; un gran tubo de ensayo del humor colectivo donde se canaliza lo que nos emociona y lo que nos indigna.

Se supone que también es un ágora virtual donde caben todas las voces, aunque la naturaleza de las interacciones en general termine por reforzar las convicciones personales y también las agresiones a quienes piensan diferente. No son fallas distintas de las de una sociedad cada vez más polarizada, en donde la verdadera grieta son los derechos humanos, difícil saber qué fue primero.

Ante ese juego democrático (y también imperfecto, como toda democracia), el nuevo dueño de Twitter se plantea como un absolutista. Dice que la razón por la que –tras varias idas y vueltas– compró las acciones de la compañía en mucho más de lo que valían, fue su potencial para convertirse en una plataforma de libertad de expresión, en contra de las excesivas políticas de moderación de comentarios de su directorio anterior, a cuya encargada –Vijaya Gadde– despidió en público. “Soy un absolutista de la libertad de expresión”, se declaró a sí mismo, aunque ninguna libertad pueda ampararse en una tiranía.

El hombre más rico del planeta sí tuvo que rendirse rápidamente ante otro tirano al que respeta: el mercado. Es que, mientras en medio de la discusión sobre hacia dónde se dirigirá ahora la red social (¿Va a volverse acaso un terreno todavía más fértil para el ciberacoso y el extremismo? ¿Desaparecerán los mecanismos que mantienen con alfileres la quebradiza paz virtual?) las búsquedas en Google sobre cómo eliminar cuentas y sumarse al boicot contra el Twitter de Musk, empresas automotrices competidoras del también dueño de Tesla, como General Motors, ya comunicaron que retirarán sus anuncios de la red hasta tanto esté clara la nueva política. Pareciera que los anunciantes no quieren auspiciar una red que tolere alegremente la homofobia, el machismo, el racismo y otras expresiones de odio. No porque sean intrínsecamente más buenos que Musk o Jack Dorsey, sino porque responden a sus consumidores.

“Twitter no permitirá que nadie que haya sido eliminado de la plataforma por infringir sus reglas vuelva a ingresar hasta que tengamos un proceso claro para hacerlo, lo que llevará al menos unas semanas más”, tuiteó Musk, que también aseguró que la moderación de comentarios no se eliminará, sino que será regulada por un comité más diverso que el anterior, donde la única mirada era la de la superioridad woke, bastante absolutista por su parte. No sabemos quién controlará a ese board de controladores, pero la verdad es que tampoco sabíamos quién lo hacía antes.

Son varias las organizaciones de Derechos Humanos que manifestaron su preocupación ante un eventual aumento de los discursos de odio en la red. No sería tan eventual: ya hay investigaciones que dicen que el aumento de la hostilidad desde el desembarco de Musk fue inmediato y mensurable. “Independientemente de quién sea el propietario de Twitter, la empresa tiene responsabilidades en materia de derechos humanos para respetar los derechos de las personas de todo el mundo que dependen de la plataforma”, dijeron por ejemplo desde Human Rights Watch. “Lo último que necesitamos es un Twitter que voluntariamente haga la vista gorda ante los discursos violentos y abusivos contra los usuarios, en particular los más desproporcionadamente afectados, como las mujeres, las personas no binarias y otros”, declaró a su vez un directivo de Amnistía Internacional en los Estados Unidos.

¿Se puede decir cualquier cosa? La misma pregunta vale para los comentarios homofóbicos y misóginos en el reality Gran Hermano –otro tubo de ensayo de la realidad social–: sí, pero eso no puede ser gratuito. La libertad de expresión no significa libertad de consecuencias. Como dice el meme: “Nadie tiene por qué escuchar tu mierda”; si sos violento, no esperes que no haya críticas, ni te quejes de la cancelación cuando quienes se hayan ofendido con tus comentarios reaccionen.

Te puede interesar: Elon Musk anunció que las personas vedadas de Twitter no regresarán por ahora

Pero una cosa es la reacción de los usuarios frente a un tuit ofensivo y otra la tutela de la propia plataforma sobre las expresiones allí vertidas. Y otra, que me preocupa aún más es que la moderación trascienda las redes y pase a ser regulación estatal, algo que hoy está en estudio en varios países, incluida la Argentina. Y no, el Estado no puede ser el que diga qué es lo que se puede o no decir en una red social.

El límite es el odio, pero el odio es un concepto a veces difuso: lo que ofende a unos no suele ser lo mismo que ofende a otros. Entiendo que en el camino es clave evitar que se propaguen discursos agraviantes que reproducen la discriminación de colectivos de por sí victimizados, pero hubo sobrados ejemplos en los últimos años de suspensiones y bloqueos de cuentas sin justificaciones válidas. A veces, incluso, por hacer chistes y parodias.

En todo caso, el verdadero límite es la ley. Quienes injurien o amenacen desde la comodidad del anonimato también deberían hacerse cargo de sus palabras con su nombre y ante la Justicia. Pero el problema es que eso tampoco es tan simple. ¿De qué consecuencias hablamos? En el marco de una red social, la reacción colectiva parece, en general, la más válida –aunque también pueda caer en el exceso de los linchamientos–, porque expone los discursos agraviantes y los somete a discusiones públicas que suelen impulsar la reflexión. De nuevo, en Gran Hermano, los participantes que tuvieron expresiones homofóbicas y transodiantes fueron los primeros eliminados.

Como dijo un enemigo público de Musk como es Bill Gates, no hay que apresurarse: Twitter podría volverse peor, pero también podría mejorar. En principio, la respuesta al sondeo tuitero de Musk fue contundente; los usuarios que votaron valoran un 78,3% más la libertad de expresión que la corrección política. Claro, el planteo es sesgado (y tal vez también lo haya sido la votación), porque no toda moderación responde al postureo típico de lo que se supone correcto.

Personalmente, no veo mal en principio el esfuerzo por liberar al pajarito. Cómo en Gran Hermano, quizá en vez de ocultar un discurso de odio que es creciente y se arraiga sobre la falta de información y discusión pública, lo mejor sea exponerlo para abrir la conversación y tratar de generar un cambio. En unos meses sabremos si efectivamente el pájaro fue liberado como se jactó Elon o si acaso, en cambio, se ha vuelto (otra) jaula.