El problema principal de Holbox, la paradisiaca isla de arena blanca del Caribe Mexicano, es que no resiste el “peso” de su industria turística: sólo tiene mil 800 habitantes, pero a diario llegan 2 mil visitantes, cifra que crece hasta 5 mil los fines de semana, casi tres veces más que su población, según la revista especializada Inmobiliare.
Y si se le suma la población flotante, calculada en unas 2 mil personas por día -según la misma fuente-, que llegan a trabajar desde otras comunidades como Chiquilá o Solferino, el total de la población se quintuplica.
Estas cifras, descomunales para una isla de 55 kilómetros cuadrados, que hace 30 años ni siquiera rebasaba los 500 habitantes, se reflejan en la cantidad de habitaciones de hotel: mil 551. Si bien esta cifra, a diferencia de las otras islas grandes del Caribe Mexicano como Cozumel o Isla Mujeres, no supera al número de pobladores (mil 841 personas) no falta mucho para que esto se revierta: entre 2008 y 2020 se construyeron mil 235 cuartos, pero solamente “inmigraron” unas 650 personas.
La presión que ejerce este “huracán humano” todos los días sobre los servicios básicos, como el agua potable y el drenaje, ni siquiera se ha cuantificado, mucho menos la cantidad de desechos, pero no es difícil saber que buena parte de éstos acaban en el mar, porque la mayoría de los domicilios y hoteles utilizan fosas sépticas para “tratar” el agua residual. Estos depósitos de aguas negras no son recomendables porque no se construyen bien, ni se les da mantenimiento adecuado; el Programa Hídrico Regional de la Península de Yucatán desaconseja usarlos.
Pero, a pesar de que las fosas sépticas no son recomendables para el tipo de suelo peninsular, en 2017, el Gobierno del Estado destinó 19 millones 748 mil pesos para implementar un nuevo mecanismo de tratamiento de desechos de casas: el “drenaje de vacío”, un “primo hermano” de las fosa séptica; sin embargo, de poco sirvió: uno de cada tres pesos (35 por ciento) de ese dinero se fue por el caño, porque no se usó.
Alejando Cañedo, Presidente de la Asociación de Hoteleros de Holbox, dice que frecuentemente hay cortes en el suministro doméstico de agua potable por varios motivos, pero principalmente por el rompimiento de las viejas tuberías. La única solución, dice, es cambiarlas todas.
Las tomas domiciliarias y comerciales de agua de uso humano están conectadas a una red de tuberías abastecida por fuentes de poblaciones continentales, es decir, no cuentan con pozos de extracción directa.
Pero la carencia de agua en los domicilios se convierte en abundancia cuando hablamos de la que cae del cielo: la falta de un sistema de alcantarillado que recolecte la lluvia convierte en una calamidad a la pequeña isla. Con frecuencia, las principales calles nadan ante el embate de alguna tromba, que son frecuentes y que promedian por año 877 milímetros, más que la media nacional, de 779 milímetros. Después de las tormentas es común ver un camión cisterna de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), como un enorme y sediento elefante de larga trompa recorriendo las arenosas arterias para absorber el agua.
Aun así, las inundaciones, además de cubrir las fangosas calles, también han cubierto a las autoridades; por eso los ciudadanos han tenido que meter el hombro: la organización Fuerza Holbox usa una barredora para “afinar” la arena y eliminar escombro, basura y grava; el objetivo es que el agua acumulada de lluvia se filtre más rápidamente al subsuelo. Lodosa bienvenida
En un día de lluvia torrencial, la calle principal de Holbox, Tiburón Ballena, recibe a los visitantes o habitantes que bajan del ferry que cruza desde Chiquilá con un charco interminable.
Como la isla no tiene un sistema de alcantarillado, en temporada de lluvias el lugar se convierte en un monumental aljibe de agua estancada, viscosa y pestilente; es decir, esta paradisiaca isla caribeña poco a poco le está haciendo honor a su nombre: “agujero negro”, traducción literal de su denominación maya.
Así, caminar por las calles y avenidas de Holbox es llenarse los pies de fango blanco: la lluvia crea pequeñas lagunas de agua fría que o le hacen resbalar o le precipitan en pequeños agujeros que atrapan los tobillos.
Mariana, una sudamericana hospedada en un predio para acampar, quien conoció Holbox hace 10 años, dice: “es un lugar completamente diferente. Había menos pretensión, menos personas, menos aglomeración. Ahora se puede ver mucha basura; las calles están cada vez más inundadas, podría decirse que están barrenadas: los carritos de golf que se usan de taxi, cada vez son más grandes y las llantas ahora ya tienen grecas que laceran la tierra. Holbox ya no es el mismo”.
Pero, si bien los holboxeños no son culpables del clima lluvioso, sí lo son de la falta de un sistema pluvial, sobre todo después de que decidieron abandonar paulatinamente la pesca y dedicarse a la prestación de servicios turísticos. En generación y media, las familias descendientes de los pioneros cambiaron su economía basada en el sector primario al terciario: ahora se dedican al comercio, restaurantes, transporte (taxis) y, por supuesto, renta de cuartos.
Esto explica por qué hoy no existe otra vocación en la isla ni otra opción de empleo en Holbox; y esta es la razón del crecimiento de la construcción de hoteles. Aunque la Secretaría de Turismo de Quintana Roo (Sedetur) no monitorea la cantidad de visitantes que arriban a la isla, sí censa el hospedaje desde 2008; en esa fecha, había sólo 26 hoteles y 316 habitaciones.
En aquellos años, aún en ciernes con el programa “Pueblos Mágicos” al que la isla aspiró, la oferta de servicios turísticos era de apenas un puñado de restaurantes, las mismas playas de arena blanca y el avistamiento del Tiburón Ballena. Crecimiento desordenado de hoteles
En 2009, los hoteles aumentaron a 34 y los cuartos a 479. Para el 2010, las habitaciones subieron a 572, en 54 unidades. Durante siete años, la cantidad de cuartos de hotel se mantuvo por debajo de los mil, pero en 2017 superaron esta “barrera” por 32; en menos de un año, se construyeron 381 habitaciones en la isla.
Para el 2019, la Sedetur contó 80 hoteles y mil 131 habitaciones disponibles; un año después, se construyeron 32 hoteles y 420 habitaciones. La cifra cerró en 112 centros de hospedaje, y mil 551 cuartos, vigente hasta hoy.
Este crecimiento exponencial del turismo causó una crisis en 2017 y, en 2021, en plena crisis por la pandemia de COVID-19, no hubo agua potable por cinco días tras el paso del Huracán Grace. Insuficiente “solución”
Sobre el tratamiento de aguas residuales no hay mucho de qué hablar: todos las construcciones habitables -incluidos los hoteles- usan el sistema de fosas sépticas, no recomendado para el suelo peninsular. Si bien los hoteles limpian los depósitos, ninguna autoridad lo supervisa.
En 2017, el Gobierno de Carlos Joaquín González lanzó un programa de renovación del sistema de drenaje y alcantarillado, con un costo de 32 millones de pesos, provenientes del Fondo Nacional de Infraestructura (Fonadin) y el Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos (Banobras).
Esto resultó insuficiente porque no atacó el problema de fondo: se trataba del “drenaje por vacío”, que funciona de forma casi idéntica a las fosas sépticas tradicionales, con la única diferencia que “purificaba” parte del agua para desecharla y almacenar las heces en un contenedor.
Desafortunadamente, de los 19 millones 748 mil pesos que se aportaron para la continuación de esta “solución”, 7 millones 104 mil pesos -el 35 por ciento- no fueron ejercidos. Además, un informe de 2021 de la Cuenta Pública 2019 revela que 6 millones 642 mil pesos para una planta de tratamiento, bajo el concepto “Ampliación de la zona de captación ‘Chiquilá-Holbox”, tampoco se ejercieron. Fosas sépticas desbordadas
Mariana, la turista desconcertada, se queja de esta falta de tratamiento de los desechos, porque las fosas sépticas que se encuentran en la orilla de la playa y que pertenecen, en su mayoría, a los hoteles, se vacían con una pipa que los succiona, pero “todos los huéspedes nos tenemos que ir a otro lado porque el olor no se soporta”.
A unos 200 metros de distancia del hostal donde está la joven extranjera, tres albañiles construyen una casona que será un pequeño hotel. Son tres hombres de edad media, foráneos, de Chiquilá y rancherías cercanas, porque en Holbox los albañiles prácticamente no existen: todos se dedican a algún servicio turístico. Legislación de hace un cuarto de siglo
“Mira, apúntele, la fosa tiene como tres metros cúbicos de capacidad [...] tendrá varios cajones para ir captando el agua del cuarto de lavado y las aguas de los lavabos y aquí está la de las aguas negras –pega en la compuerta de la fosa con una cuchara triangular–. Esta es la mera buena, aquí va todos los desechos”, explica el jefe de obra, el mayor de los tres obreros.
Los albañiles se lamentan: “Los de Semarnat (Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales) nos traen cortitos con el cumplimento de la norma esa”, en referencia a la Norma Oficial Mexicana NOM-006-CNA-1997, que se refiere a la construcción de fosas sépticas en zonas rurales y urbanas; por su densidad de población, la isla Holbox aún sigue considerada como zona rural.
El precepto, con antigüedad de 25 años, no contempla del todo el suelo kárstico propio de la región, con alta capacidad de filtración. El Programa Hídrico Regional 2021-2024 de la Península de Yucatán recomienda dejar de utilizar fosas sépticas porque no hay gente capacitada en construcción de fosas sépticas “funcionales”.
“El 58.3 por ciento de las aguas residuales de la Península de Yucatán se encausan a fosas o tanques sépticos. Aunque no se cuentan con datos cuantitativos, los Programas Hídricos Estatales 2014-2018 de los tres Estados mencionan que las fosas sépticas mal construidas o mal mantenidas son una de las principales fuentes de contaminación de la región”, explica el informe.
Dice Alejandro Cañedo, Presidente de la Asociación de Hoteleros de Holbox, que aglutina a más de la mitad de estos establecimientos, que el sistema de drenajes en la isla es “muy antiguo y muy básico”. Pero también el del abastecimiento de agua: “Constantemente se va el agua debido a varios motivos. O no hay luz en otros pueblos o hay rupturas en la tubería por el paso de huracanes o mal tiempo. Y aquí en la isla no cuentan con un presupuesto suficiente para reparar todas las fallas que hay. En mi opinión, se tiene que cambiar por completo el sistema ya que está muy viejo”. Recursos limitados para Holbox
El dirigente hotelero señala que la Dirección del Sistema de Aguas, a cargo de Abel Oxté, “hace maravillas” con los recursos escasos que tiene. Sin embargo, la poca infraestructura hidráulica existente no soporta la cantidad de habitantes y visitantes que llegan a Holbox.
“Si en algún momento se va a hacer la inversión de hacer una zanja y excavar en toda la isla, pues es necesario ya construir las dos [red de drenaje y una red pluvial]”, pues las inundaciones ante las lluvias “hacen que la fosas que no están bien construidas se rebasen y entonces crean charcos que huelen mal” e impacta en la visión que el turista se lleva del centro vacacional.
En medio de todo este maremoto de problemas que han rebasado a las autoridades, un grupo de ciudadanos, autonombrados Fuerzas Vivas de Holbox, comenzó este año a unir fuerzas para trabajar contra las inundaciones. En mayo, probaron un sistema para “limpiar la arena” de las calles, o cuando menos hacerla más fina y que esto permita un filtrado más rápido del agua de lluvia. Con una barredora quitan la grava, escombro y la basura que encuentren en el camino. En sus redes sociales publican periódicamente convocatorias para atraer voluntarios. Por esto! buscó a algún representante o coordinador del grupo para que contara sus motivaciones y experiencias, pero nadie respondió a la solicitud.
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Mérida, Yucatán, México. C.P. 97000